sábado, 12 de junio de 2010

Mi bisabuela era muy optimista, era genial según mi madre; yo no me acuerdo muy bien, era demasiado pequeña. No sabía valorar las buenas cosas (casi como ahora, sólo que en la actualidad puedo llegar a ser muy hipócrita). La gente quiere hablar, quiere ser escuchada, yo estoy cansada, las cosas son rutinarias, feas e incluso terribles. No quiero decir que no quiera "ser todo oidos", completamente al revés, quiero escuchar, cualquier cosa, cosas decentes, interesantes, aventureras, patéticas, graciosas y hasta rutinarias. Las cosas sin sentido, son las mejores.



Después, llegas a la conclusión de que las cosas son bonitas, terribles y bonitas, terriblemente bonitas tal vez, da miedo... casi tanto como que en el momento idóneo suene esa canción, esa que lleva dos años contigo, la que no te puedes quitar de la cabeza, porque te sirvió para esconderte; para hacer de ermitaño. Tal vez le eche de menos, quién sabe... tu vida es una mierda, la de todos también, por no faltar la de tus vecinos.

Cosas que nunca debería haber pensado, cosas que nunca debería haber tecleado.

¿Dejaré de perder el tiempo? ¿maduraré de una vez? ¿cumpliré con la lista? ¿escucharé a los sabios, me haré sus amigos y aprenderé de la vida -y de todo, claro-?

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