Pasa por tu cabeza un recuerdo, "flash", de la infancia, de una parte que para ti significa algo y de forma incomprensible, eso se convierte en un pretexto, una excusa con la que poder llorar, por impotencia.
Llorar, llorar como si el mañana no existiera, ni fuera a existir nunca más.
Los papos se calientan, los labios se tensan, los ojos se ponen rojos y cuando te das cuenta, tu cara se encuentra llena de lágrimas, lagrimones de cocodrilo.
Y sin saber el significado real, seguramente sea enorme, pero materialmente se reduce a una raqueta, o más concretamente a tres (la primera, la primera -y única- que rompí, que fue la segunda que use, que me regaló Pepita, -jo, Pepita, qué será de Pepita-, y la que usó mi madre, mientras yo estaba en su tripita).
Moralmente, o el significado intangible, viene a ser todo lo que reprimes, lo que en algún momento tiene que salir, porque no se puede mantener, no es bueno, ni para ti, ni para nadie cercano, o por lo menos, para nadie a quien aprecies; también, lo que tuviste, lo que tuviste y sabes que nunca más vas a poder tener hace que tus ojos se pongan rojos.
Tenía que haber madrugado, haber aprovechado la mañana, haber vuelto a bajar a la playa, mojar los pies, y tal vez, por casualidad, encontrar a alguien, que te emocionara (para no perder la costumbre de los sábados, de los sábados pies mojados, salitre y arena dura), pese a que no sepas socializar y tampoco quieras aprender.
Ahora, es cuando me viene a la mente, una especie de diálogo, que venía a decir algo así como, al final, cuando termina la vida, el balance consiste en dos cosas, lo que has vivido, y lo que quisiste vivir pero no pudiste, todo te lo llevas.
*(Desde el sábado pasado, me parece una cosa muy curiosa eso de la reencarnación).
Me encanta, cuando leo algo, y al tiempo, puedo recordar más o menos las palabras precisas, también me encanta pensar que tengo memoria fotográfica; recordar la asignatura de ciencias naturales, y de aquel examen, en el que preguntaron todo lo que yo sabía, y cómo, en mi diminuta memoria, lo que había estudiado, se formaba exáctamente en los mismos colores y formas en las que se encontraban en el libro, posiblemente, ese fuera uno de los días más satisfactorios de mi infancia; o, por lo menos, de los pocos que recuerdo (asombrosa facilidad, para olvidar cosas importantes y recordar estupideces, maldita seas -menos mal, que de manera puntual, algo sí que retengo-).
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